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viernes, 18 de diciembre de 2009

Dos caras de Concordia

Qué singular es Concordia! De eso no me cabe ninguna duda. Cada ciudad tiene sus propias características y particularidades y, por supuesto, Concordia no será la excepción. Sus calles, sus casas y, como no puede ser de otra manera, su gente.
Yo no he nacido aquí, pero desde mi niñez que habito en suelo concordiense y me siento de aquí, como si en este lugar hubiese nacido.
Sus calles están llenas de recuerdos que son de todos, desde la longeva avenida San Lorenzo, la tan transitada calle Entre Ríos, al igual que calle San Luís, éstas son algunas solamente. ¿Quién de nosotros no se ha detenido alguna vez a pensar en esto? Cada vez que salgo a caminar, ya sea por esparcimiento o cumplimiento de alguna obligación, me gusta escrutar a la gente que viene, a la gente que va, e imagino los que luego vendrán y se irán.
En estos últimos tiempos, creo que se debe a la entrada de la primavera en cada uno de los concordienses, he visto tantas parejas besándose, algunos serán flirt, otros noviazgos serios; pero en fin, me parece que Concordia se enamoró del amor. Pero no solo así he notado esto, sino también cuando paso por sus plazas, ya sea la España, la 25 de Mayo o la Urquiza; familias que llevan a sus niños a que se diviertan en los disímiles juegos y que comparten con otros chicos que al igual que ellos fueran llevados a la plaza.
Me hubiera gustado que aquí hubiese terminado esta simple nota, pero hay una contracara en esto; no todo es color de rosa, no todo es tan bello y bonito.
La vida en los barrios concordienses es tan difícil y mustia. Chicos que no saben si hoy van a comer, madres desesperadas porque sus hijos son seducidos o atrapados por la droga, que tienen amoríos con la delincuencia. Madres guerreras que cada día representa para ellas una nueva batalla, deberá como sea conseguir pan para sus hijos, que en las noches de invierno intentará que sus hijos duerman cálida y plácidamente.
Es difícil a veces hacer una analogía de las dos Concordias. En una vemos alegría, a la otra hundirse en la miseria. Ojala alguna vez tengamos que hablar de una sola Concordia donde todos vivamos en igual condición, donde todos podamos disfrutar de sus exquisiteces. No es utópico, pero todos debemos colaborar para que esto, que algunos tildarán de quimera, se cumpla.

Juan Gabriel Miño
NOTA: Si ve una señorita de catorce años, pelo castaño claro, petisa, ni gorda ni flaca, ojos marrones claros y que frecuenta la zona céntrica, avíseme por favor. Necesito saber su nombre.

Publicado en No te calles... Ya! Los gurises Nº 18 (nov 2009)

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