Por una comunicación alternativa y solidaria, se autoriza la reproducción de las notas que aquí se publican citando la fuente completa y comunicando al editor/es; responsable/es, en tanto no se altere el contenido.

martes, 17 de julio de 2007

Concordia

Concordia era una ciudad con casi pleno empleo en los años setenta.
En la provincia de Entre Ríos, su nombre era sinónimo de familias cosecheras de naranjas y limones, y una especie de imán para todos aquellos que buscaban forjarse algún futuro.
Una tierra con historia de rebeldías federales y sueños de igualdad en tiempos que Buenos Aires todavía no gozaba de su prepotencia en la nación.
Poetas y educadores, trabajadores e inmigrantes de distintos parajes del planeta hicieron de Concordia una geografía vital y cargada de esperanzas.
Hasta que los años noventa trajeron la impunidad de los saqueadores y la desocupación barrió con la memoria del orgullo.
Concordia comenzó a ser mencionada en las tablas de la indignidad, en los números que la señalaban como una de las ciudades en donde los pibes eran cada vez más pobres y más necesitados.
Los que no pudieron emigrar, engrosaron las listas de planes sociales que no alcanzan casi para nada.
Ahora son tiempos de frío intenso en aquellas tierras de rebeldes luchadores de federalismos que todavía no fueron.
Los descendientes en novena generación de los viejos habitantes originales de Concordia ni siquiera pueden tener una estufa digna para calentarse.
La pobreza desfigura las cosas y aunque el ingenio invente artefactos que simulan lo que no son, los hechos suelen terminar mal.
Es que la miseria no tiene paciencia y resulta implacable.
La noticia dice que Miguel Ángel Sosa, un pibe de dieciocho años, murió en la ciudad de Concordia como consecuencia del incendio que provocó una salamandra que no lo era: se trataba, en definitiva, de un lavarropas devenido en estufa desesperada.
El mecanismo falló y no por culpa de la fatalidad y las maderas ardieron junto a los cartones y papeles que había en el depósito que estaba pegado a la casilla.
No vivía solo, Miguel Ángel, junto a él había otras nueve personas, entre ellas, varios niños.
De milagro las llamas no se devoraron a los más chiquitos, pero la pobreza no tiene sentido del humor. No permite que haya aparatos como un lavarropas viejo que oficie de estufa y por eso, más temprano que tarde, castiga la osadía de querer vivir más de lo que permite la ausencia de bienes materiales.
Miguel Ángel había crecido en una ciudad que tiene quebrada su estructura productiva desde hace años y que, por lo tanto, multiplica excluidos de manera permanente.
Formaba parte de los ya condenados pero faltaba saber el modo y la fecha de la efectivización de la sentencia.
No lo mata a Miguel Ángel el lavarropas viejo disfrazado de salamandra, sino la historia política de aquellos que convirtieron a Concordia en un páramo después de haber sido un vergel pletórico de esperanzas.
Una historia de impunidad e indiferencia que fue apareciendo en los números de las pibas y pibes desesperados y que hacen de Concordia una ciudad en donde será necesario que se prendan los fuegos de la conciencia para evitar nuevos casos como el de Miguel Ángel.

Carlos del Frade (APE)
(Fuente de datos: Semanario Análisis de la Actualidad Paraná-Entre Ríos 08-06-07 Edición Nº 1040)

Publicado en No te calles... Ya! Los gurises Nº 2 (Jul 2007)

No hay comentarios:

Publicar un comentario