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viernes, 24 de julio de 2009

El principito de Concordia


La ciudad de Concordia, una de las más importantes de la provincia de Entre Ríos hoy, con 170.000 habitantes, solía ser un lugar manso y luminoso, a orillas del río Uruguay. Cuando el secreto de la vida era un toque de albas, una dulce campanada que abría las puertas a los días soleados y los ancianos pasaban la hora del calor bajo la sombra aromada del naranjo. El tiempo transformó a Concordia en una ciudad de corazones despeñados.
En la ciudad viven 36.000 chicos entre 5 y 14 años de edad, de los cuales 75,7% son pobres y la mortandad infantil alcanza el 28.2 por mil. Cifras beligerantes contra la bella jornada de la vida. Ciertamente impresiona ver cómo las políticas gubernamentales van construyendo el inmóvil paisaje de la muerte. Un juego de penumbras que se proyectan sobre el duro paredón de la miseria. Podríamos decir que para esos niños de pequeños dientes y “corazones de manjar” la muerte dispone generosamente su mesa en la ciudad de las naranjas.
Las clases dominantes están demasiado orgullosas de sí mismas. Son el poder en una sociedad amasada y pensada, que espera de su población formas sumisas de hacer la vida, mediante la imposición de innumerables normas o la “pura violencia”, para excluir cualquier tiempo profano o la temida revuelta.
Ya sea por una sentencia explícita, ya por un veredicto implícito aunque nunca publicado oficialmente, los pobres han devenido superfluos, escribe Zygmunt Barman, inútiles, innecesarios e indeseados, y si el hambre aprieta y reclaman, los acusan de pedir ventajas inmerecidas. Si intentan alinearse con los modos de vida comúnmente aceptados, los acusan de indolencia, cuando no de intenciones criminales. En otras palabras, de parasitar en el cuerpo social.

Antoine de Saint Exupery había aterrizado en varias ocasiones en los años 30, cerca del castillo de San Carlos en Concordia en la época que sus vuelos comenzaban a diseñar su literatura sorprendente. En esa tierra ingenua entre perfumes de azahar y agua del carmen, Saint Exupery escribió que vivió “un cuento de hadas”. Allí encontró quizás los primeros colores de la rosa que luego construyera pétalo a pétalo para El Principito.
Sobre aquel sueño de la vida ha caído la lluvia de otoño, hasta convertir en ruinas aquel paisaje que sólo guardan las fotos amarillas de la nostalgia. En esos escombros de San Carlos en Concordia se encuentran las últimas emociones de poner el amor en cualquier rostro, susurros de un pedazo viejo de esperanza: la rosa se-creta.

Alberto Morlachetti (Ape)
Fuentes de datos: AGMER (Asociación Gremial del Magisterio de Entre Ríos) y CTA (Central de los Trabajadores de la Argentina) Seccional Entre Ríos.

Publicado en No te calles! Ya los gurises… Nº 17 (Jul 2009)

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